Comenzado a creer
Ayer estuve viajando en autobús.
Era ya de noche cuando el conductor
adelantó a otro autobús de las mismas características que el mío…
Me quedé observando a los otros
pasajeros.
Por un momento pensé: “Imagina que me veo a mí misma en el otro
lado”.
Me entró un escalofrío.
Sí. Ahí estaba yo. Mi reflejo en
los cristales del otro vehículo me hizo dar un respingo en mi asiento.
Que alivio. Sentí el temor de la
oscuridad avanzando con sigilo por mis pensamientos.
Aquella locura no me correspondía.
Era parte de otros. De aquellos que creen en fantasmas y en la vida en el más
allá.
Decidí no hacer caso a las señales
y continué escuchando música con los nuevos auriculares “vintage” que me había regalado mi amiga Elena.
Ella sí que era una “friki” del misterio. Y de los años
ochenta también.
Le expliqué hasta la saciedad que
los ochenta ya estaban pasados de moda y me regaló este gran artilugio para
escuchar música.
Al principio me enfadé. Algo tan
grande en los oídos no era necesario. Nuestros padres y abuelos ya vivieron
esos “trastos” y no eran nada
cómodos.
Sin embargo probé el regalo y me
llevé una grata sorpresa. La música se escuchaba muy bien. Tuve que rectificar.
Elena se aventuró a presagiar mi
cambio de mente.
“Algún día los espíritus te hablarán. Y tendrás también que creer”.
Aquel pensamiento en el autobús me
heló la sangre.
En mi cabeza me vi a mi misma
sentada en el otro lugar.
Y me dio miedo.
Tuve una sensación laberíntica que
me dejó en vela mucho rato.
Cuando salió el sol y abrí los
ojos, sonreí por mis ideas locas.
Allí seguía yo. Como siempre, sin
un rasguño en mis convicciones.
Hasta que me asomé a la ventana.
Descorrí las cortinas con
parsimonia y sueño, y sentí un enorme vacío en mi interior.
Todo estaba cambiado.
Aquel no era el trayecto que estaba
haciendo el día anterior.
Una duda inundó mi cuerpo.
“¿Y si me había intercambiado con mi otro yo? ¿Y si ya no era la misma?”.
El conductor del autobús dio un
fuerte volantazo y gritó: “¡A VER SI
APRENDEMOS A CONDUCIR!”.
Una joven muy parecida a mí, se
quejaba desde su coche del giro inesperado.
Me fijé bien.
Sin duda me era muy familiar
aquella mujer.
Tenía el pelo cano y la mirada fija
en el asfalto.
Pensé que era yo en unos años y me
puse a reír a carcajada limpia.
Entonces, la persona que tenía
detrás me habló: “¿Tienes algún problema?”.
Aquella voz… me era también muy
familiar…
De hecho se parecía a la voz que
oía cuando me grababan en video.
¿Soy yo?, murmuré, ¿Acaso estoy en
todas partes?
La niña de mi derecha dijo un “SÍ” muy sonoro.
La miré.
Allí estaba.
Mi infancia antes mis ojos…
Detrás de mi asiento, la mujer confirmó
mis sospechas.
“Estás donde tenías que estar”, dijo. “Somos lo que teníamos que ser”.
El camino seguía y el autobús nunca
paraba, hasta que pasó…
Mi amiga Elena me esperaba en la
estación con la cara desencajada.
“Pensé que estabas en el autobús que se estrelló anoche en la carretera
comarcal”, señaló angustiada mientras me daba un fuerte y prolongado
abrazo, “Menos mal que no”.
Me miré las manos y los brazos.
Observé lo que me rodeaba.
Estaba viva.
Seguía aquí.
Y había comenzado a creer.
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